En la década de 1950, existía un gran entusiasmo -y también optimismo- por el uso de la energía atómica (tanto es así que se veía como la gran solución a los problemas energéticos del futuro), de ahí que la posibilidad de una energía barata y abundante propiciara la aparición de un insólito “juguete” como este. Incluso el fabricante de coches Ford creó un prototipo de automóvil de propulsión nuclear, y otras empresas prometieron hasta aviones operados por reactores nucleares. No fue del todo extraño (aunque ahora lo contemplemos horrorizados), que algo como lo que vamos a ver, apareciera en escena.
El Laboratorio de Energía Atómica Gilbert U-238 se comenzó a comercializar precisamente en 1950 como un set científico cuyo objetivo era despertar el interés por la ciencia en los más jóvenes. Sin ordenadores ni consolas, los juguetes estaban a la orden del día, y aquellos que se relacionaban con la química, la biología o la paleontología, eran muy habituales.
Este, en concreto, provenía de la empresa norteamericana AC Gilbert Company, propiedad del empresario llamado Alfred Carlton Gilbert. Sus juegos se convirtieron en algunos de los más famosos e importantes del mundo, pues destacaban por el gran realismo de sus componentes, que transformaba a los niños en auténticos profesionales.
Sin embargo, Gilbert tuvo una idea que aún hoy llama la atención que pudiera materializarse: ¿por qué no crear un verdadero laboratorio de energía atómica? El Laboratorio de Energía Atómica Gilbert U-238 fue el conjunto educativo más elaborado y "atómico" jamás producido para niños. Su precio, unos 50 dólares, alrededor de 500 dólares actuales.
¿Lo llamativo?
El juego portaba, entre otras cosas, con cuatro materiales radiactivos: partículas alfa: de plomo y polonio (Pb-210 y Po-210), partículas beta: de rutenio (Ru-106) y partículas gamma: de zinc (Zn-65). Otros conjuntos de Gilbert (por ejemplo, el conjunto de energía atómica n. ° 11) continuaron contando con el espirariscopio, minerales y manuales, pero este kit de energía nuclear permitía que los niños hicieran todo tipo de locos experimentos mezclando nitrato de sodio e incluso cianuro. Así es: permitía a los niños crear y observar reacciones nucleares y químicas utilizando materiales radiactivos. El libro de instrucciones era bastante detallado. Explicaba cómo funcionaba cada uno de los instrumentos incluidos en el kit (como el contador Geiger, el esprofariscopio o el electroscopio) y cómo se podía utilizar de forma lúdica.
Las fuentes radiactivas se guardaban en vasos sellados y se aconsejaba a los usuarios que no las sacaran porque "tienden a descascararse y desmoronarse y se corre el riesgo de que el mineral radiactivo se esparza en su laboratorio".
El “juguete”, que abría la posibilidad a que los niños sufrieran quemaduras por radiación, fue anunciado por primera vez en febrero de 1950 y las imágenes de la primera versión del juego (hubo dos) se emplearon en anuncios de periódicos hasta diciembre de 1951. De hecho, siguió apareciendo en los anuncios de los periódicos en 1952 y 1953. Se vendieron menos de 5.000 unidades durante los dos años en los que se fabricó el producto.
A medida que aumentaron las preocupaciones por la seguridad (parece que pronto se dieron cuenta de que no era muy sensato que los pequeños manipularan uranio alegremente), los kits científicos se retiraron rápidamente de los estantes de las tiendas, aunque se vendieron estos pocos miles.
Hoy en día, es un producto muy apreciado por los coleccionistas, que pueden llegar a pagar por un juego completo más de 2.000 dólares.
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